Grado de Maestro de Educación Infantil

martes, 22 de octubre de 2013

Ensalada de fábulas

Ensalada de fábulas
JULIA ARAGUÁS MORATA
3º Magisterio Infantil.
Grupo I.

Echando la vista atrás, podemos recordar una de las clases en las que se trató el capítulo 20 del libro Gramática de la fantasía, de Rodari acerca de “La ensañada de fábulas”.
En este capítulo, el autor se limita a sugerir la creación de nuevas historias partiendo de la mezcla arbitraria de cuentos. Este tipo de juego estaría regido por un tipo particular de “binomio fantástico” compuesto por dos nombres propios de cuento, en lugar de los nombres comunes que componen el “binomio fantástico” ordinario.
Basándome en éste y tomando un poco de imaginación, he creado mi cuento particular, en el que se entreteje la historia de Rapunzel, Pinocho, La sirenita y Barba azul.


Había una vez un viejo carpintero llamado Geppeto, se pasaba largas horas del día fabricando juguetes a sol y sombra con la finalidad enfermiza de regalárselos a un hijo perfecto, brillante, guapísimo (e imaginario).
El hombrecillo, dotado de gran inteligencia y experiencia, pero de basta locura, se conocía todos los recovecos del humilde pueblo en el que habitaba y encontraba de gran gusto el dar extensos paseos.
Una mañana nublada y húmeda, Geppeto quiso dar un rodeo por una arboleda, éste advirtió de un sonoro estruendo, un sonido metálico, muy muy desagradable. Tras mirar hacia los cuatro puntos cardinales y tropezar vertiginosamente, al final, se topó con un robusto tronco de madera que hablaba sin parar gruñón y ferozmente de lo triste y solitaria que era su vida sin una mujer a la que amar. Geppeto sabía que le faltaban un par de tornillos a su cabeza, pero no daba crédito a lo que oía, ¿cómo un tronco de madera va a hablar y lo que es peor: amar a alguien?
Tras escrutar en su cerebro y reducirlo todo al absurdo, decidió seguir caminando; lo sorprendente fue encontrarse allí a Barba Azul. Al tener oportunidad de nuevo de escuchar su voz, inquirió de dónde salía esa voz y si realmente ese tronco hablaba.
Hablara o no ese trozo de celulosa, estaba destinado a los placeres de Geppeto. Al comenzar a sopesar semejante monstruosidad maciza, pudo oírse un sonido hueco e inquietante seguido de una expresión facial de Geppeto digna de Picasso: desdichadas lumbares del pobre viejo…
A la vista del panorama, Barba Azul infirió que debía echarle una mano (o dos). Al fin y al cabo, su soledad podría ser amortiguada por la amistad serena y decrépita de un viejo como Geppeto. A falta de pan, buenas son tortas.
De camino al taller de Geppeto, Barba Azul le comentaba su situación sentimental al anciano, como si de borracho y camarero se tratase. Ello le dio pie a Geppeto para extrapolar sus frustraciones y deseos acerca de su no-hijo. Una vez llorado las penas mutuamente, su viaje había finalizado y Barba Azul se mostraba con su faceta más sensible y atenta y se dispuso a colocar el pesado tronco donde quisiera su nuevo amigo. Barba Azul se sentía muy solo y quería una fiel compañera y le pidió como agradecimiento a Geppeto que le creara una damisela para sus menesteres. Después de dudar unos instantes, el atareado Geppeto aceptó su propuesta, estaba a favor de las causas perdidas dijo.
Una semana ardua de trabajo y esfuerzo incondicional dieron como resultado una hermosa mujer con aires infantiles, figura aniñada y curvas suaves en su rostro. Geppeto se había dejado la piel, sangre y sudor en este nuevo reto, jamás había creado algo de tales dimensiones y ni siquiera veía el objetivo de tal tarea, pero a él le encantaban los retos y nunca paraba hasta acabarlo, por lo que cayó en un narcótico coma de sueño.
Espontáneamente, su taller, ese taller que tanto amaba, que hacía los aspectos amenos, hogareños y hostiles de su vida, se inundó completamente de agua, agua salada, que arrastraba seres marinos de todo tipo, en el que se podía encontrar un cangrejo con sospechoso acento caribeño que no paraba de cantar una pegajosa canción acerca del fondo del mar. Geppeto se volvió loco y no paraba de preguntarse por qué lograba respirar bajo tanta agua cuando de repente apareció una muchacha pelirroja exuberante de sonrisa afrodisíaca y con una voz de musicalidad más atractiva aún. Geppeto era un hombre sencillo, con las ideas claras y de naturaleza amiga, lo primero que se le ocurrió preguntar era si podía presentarle a un amigo suyo llamado Barba Azul. La chiquilla negó al principio, pues era incapaz de salir de su medio acuático; además, ésta deseaba salir de él. Geppeto le propuso un trato, intercambio la satisfacción del deseo de la muchacha con el deseo carnal y afectivo de su nuevo amigo Barba Azul. Contrariamente a lo que pensaba Geppeto, ella aceptó.
Geppeto, renovado en energía y gratitud, observó que todo aquello que había desapareció y de allí solo quedó su muñeca de madera y un Barba Azul cabreado y serio que escrutaba inquisitivamente:  “Cualquiera diría que es una niña de 10 años, Geppeto”. Seguido de ese comentario, apareció un haz de luz acompañado de un hada milimétrica y delicada, ambos quedaron perplejos y boquiabiertos ante esta aparición.
Dicha hada se presentó y dictaminó el deseo que Geppeto en sueños había concedido a una muchacha sin posesión alguna de poderes. Barba Azul, todavía más perplejo, callaba atento ante la mirada e incluso leía y releía los gestos buco faciales de Geppeto y de aquella hada como queriendo entender más allá de lo que parloteaban estos dos personajes.
Por último, y no por ello menos importante, a Geppeto se le encendió la bombilla entre toda esa neblina emocional y mental propia de una persona encerrada entre tan poco espacio: “¡Ya lo tengo! Como tú ya tienes una nueva compañera, yo me quedaré con tu regalo celuloso y la llamaré Rapunzel”. A Barba Azul no le importó y asintió.
Una vez pronunciado aquel nombre en alto, aquel trozo macizo al principio y reducido a talladuras más tarde, comenzó a proferir palabras ininteligibles, continuas y sobre todo  muy agudas y malsonantes a un principio. Geppeto se creyó un mago, pero lo que no sabía es que esa madera ya estaba encantada hacía años, su cara cambió al ver que esa madera, además de hablar, también podía transformarse y cuantos más improperios decía la muchacha más le crecía su naricita, esa tan cuca y redonda que le había hecho a su imagen y semejanza. Decidió pues convertirse en profesor y padre y explicarle qué ha de hacer y decir para que no volviera a soltar tales palabrejas y con el paso del tiempo convertirla en una señorita.
Fin.
JULIA ARAGUÁS MORATA

2 comentarios:

  1. Desde que leímos en clase el capítulo 20 de “Gramática de la fantasía” de Rodari sobre la ensalada de cuentos, me quedé pensando cómo podría hacerse, y pensaba que era difícil de juntar en un mismo cuento, varios cuentos clásicos y que no se viera forzado, o que el lector no tuviera la sensación de que los personajes utilizados no pegan con la nueva historia inventada, en definitiva, me pareció un recurso muy interesante y muy bonito para trabajar en el aula pero a la vez muy difícil porque hay que inventarse un nuevo cuento con personajes de cuentos ya existentes que todos conocemos y tienen una historia y un imaginario propios, además de que se necesita muchas dosis de imaginación.
    Pero después de leer tu historia, Julia, me ha hecho perder un poco el miedo ante este recurso, porque has conseguido juntar personajes de cuentos tan diferentes como Pinocho, Barbaazul, la Sirenita o Rapunzel y te ha quedado una historia muy original y que tiene personalidad por si misma. En definitiva me ha dado ideas para poder crear mi propia ensalada de cuentos. Aunque, por sacarte algún inconveniente, no creo que la ensalada de cuentos de Julia se pudiera llevar a un aula de infantil, porque no entenderían algunos aspectos de la historia que son más destinados para un publico más adulto.

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    1. Estoy de acuerdo contigo en el aspecto de que no es adecuado para un público infantil, es más, cuando comencé a escribirla ya desde un comienzo vi que mi público no podía ser ese y que mi manera de expresarme no coincidía con los más pequeños. No obstante, a grandes rasgos, quería utilizar este recurso porque me atrajo bastante desde el principio, sin tomar como premisa el hecho de que estamos en magisterio infantil. Tomé como punto de partida, si pongo de ejemplo Barba Azul, al cuento de los hermanos Grimm, es decir, una visión más adulta y seria; tal vez por esto haya salido algo un poco abstracto y para un público adulto.

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